ÉTICA DE LA VIRTUD
- Jessy A.
- 10 jul 2019
- 2 Min. de lectura
Habrán circunstancias en las que, para promover la mayor cantidad de felicidad entre la mayor cantidad de gente, uno debe renunciar a la felicidad propia.
La ética de la virtud se remonta a la Grecia antigua, siendo Platón y Aristóteles sus máximos exponentes. Según Aristóteles, la felicidad (felicidad en el sentido antiguo, griego-clásico de la palabra, y no el moderno, hedonista, que es más familiar para nosotros) es aquello a lo que todos los humanos aspiran en última instancia: todo lo que hacemos lo hacemos en pos de la felicidad.
¿Pero qué es la felicidad? Para los seres humanos, la verdadera felicidad consiste no en la mera satisfacción de nuestros caprichos, sino en el desarrollo pleno (virtuoso, excelente), durante toda una vida, de las funciones que son propias a su naturaleza racional. Si queremos ser felices, tener una vida bella, admirable, debemos volvernos virtuosos.
¿Y qué es la virtud? La virtud es aquello que nos hace buenos, se adquiere a través del hábito (nos volvemos justos practicando la justicia), e implica dar en el punto medio tanto en nuestras acciones como en nuestras emociones: todo vicio viene por exceso o defecto. Por ejemplo, el coraje es el punto medio entre la temeridad y la cobardía. Los seres humanos, pues, estamos llamados a afinar nuestro espíritu, de manera tal que nuestras acciones y emociones sean virtuosas, den en el punto medio. La tradición occidental sistematizó posteriormente este desarrollo Platónico-Aristotélico, proponiendo la existencia de cuatro virtudes cardinales: la sabiduría, la justicia, la templanza y el coraje (el Cristianismo añadiría a esto las tres virtudes teológicas: la fe, la esperanza y el amor). De acuerdo con la ética de la virtud, pues, estamos llamados a volvernos sabios, justos, temperados y valientes, o si se quiere, a ser líderes en el sentido más profundo del término.

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